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Foto del escritorBlanca Rodríguez

Estamos todos bien

Actualizado: 18 ene 2022

-Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro.

El salto al unísono...el giro en el aire...la voltereta elástica...el braceo amplio en busca del equilibrio...Bueno...Eso, eso es la danza...(Roberto Fontanarrosa, Cuentos de fútbol "Viejo con árbol")


La gloria de los antiguos héroes se construía mucho más luego de su regreso a casa que durante la batalla. Y es así que aedas y rapsodas, o trovadores y juglares, según la época, se dedicaban a relatar las hazañas, ante un público que no había podido presenciarlas, de hombres que veían en la inmortalidad de la fama, el mejor premio a sus esfuerzos. Esas figuras voceras eran quienes les aseguraban el reconocimiento público.


Esto era sólo el comienzo. De allí salieron, producto del enriquecimiento que provoca la oralidad, verdaderas epopeyas, que algunas veces alguien se ocupó de transformarlas en texto escrito, y que llegaron hasta nosotros, con todo lo que "el tiempo" quiso agregarles, transformadas en clásicos de la literatura universal.

Y de esta forma sus héroes, fueron el paradigma de otros, y también desde allí se construyó el modelo de héroe clásico que perdura hasta hoy, cuyas principales virtudes eran la valentía, el coraje, la astucia, la lealtad… pero por sobre todas las cosas un héroe debía ser un modelo de mesura, de anti –soberbia.


El pecado de “hybris” , definido tradicionalmente como desmesura, exceso de orgullo, o soberbia, era el peor que podía cometer un hombre en la antigüedad griega, imperdonable por dioses y humanos, y por lo tanto severamente castigado, sobre todo con la sanción social. No deja de maravillarme la sabiduría la de los griegos: no cometerlo era y sigue siendo un difícil desafío, para quienes ostentan el poder que da la gloria, o el éxito, para hablar en términos más modernos.


Todo esto rondó mi cabeza cuando veía a esta selección de jugadores de fútbol de Uruguay en el Campeonato Mundial de Sudáfrica 2010.

Cuando los veía en la cancha y en el ómnibus, en sus llegadas y salidas, en sus contactos con los aedas y rapsodas de hoy, que también saben recurrir a originales giros poéticos para relatar sus hazañas deportivas. Pero sobre todo en su contacto con la gente, fundamentalmente con los niños y adolescentes.


Será que estamos en un mundo en el que la “hybris” anda derramada por las calles y cualquiera que escala dos peldaños en sus logros, peca en griego y en todos los idiomas, que uno valora tanto a quienes son capaces de vivir con humildad sus esfuerzos y sus victorias? O será que a mí me cansó la “hybris” de los que no le ganaron a nadie e igual van por la vida reclamando reconocimiento. Me cansaron la altivez, el rostro adusto, la gestualidad aburrida, las sonrisas negadas a quienes brindan un saludo o solo eso, una sonrisa, a quienes quieren como ídolos…


Tiempo y sonrisa perdidos…


Una cancha de fútbol no es un campo de batalla ni un partido es una guerra, aunque haya quienes a veces la quieran transformar en eso en su sentido más textual, quitándole por cierto toda heroicidad a la instancia. Y tampoco un equipo de jugadores de fútbol es un ejército de héroes en el sentido clásico, pero admitamos las metáforas, a las que la literatura futbolera es tan afecta, y que podemos confirmar en la lectura de algunas de las múltiples y originales pancartas y carteles que pusieron los uruguayos en sus balcones y casas con frases como “Gracias guerreros”, o “Arriba héroes”, para confirmar una vez más que el símil está en el imaginario colectivo.


Sin desconocer que hay hoy heroicidades cotidianas en todas las actividades humanas, algunas absolutamente anónimas y otras reconocidas, y que a diferencia de los antiguos, muchas veces la gloria ni los toca.


Pero sobre todo, que todas las sociedades necesitan héroes en el sentido de paradigmas positivos en los que se reconozcan sus valores fundantes e identitarios, sus “guerreros” del siglo XXI.


Los jugadores de fútbol encarnan para nuestra sociedad, y también para otras, pero detengámonos, en la furiosamente laica sociedad uruguaya, prototipos de “ídolos” muy semejantes a los héroes de la antigüedad.

Sus hazañas, generan fuertes sentimientos de adhesión y unidad en la comunidad, más aún si se trata de la selección nacional y ni qué hablar cómo van creciendo en su sentido épico a medida que se alejan en el tiempo. Y si no recuérdese lo que ocurre con el Mundial de Maracaná que ganó Uruguay en 1950.

Y es en ese sentido que establezco está comparación con el héroe clásico y su construcción.


Creo y quiero creer que es esto lo que nos llevó a festejar hasta el delirio este cuarto puesto obtenido en Sudáfrica. Festejamos mucho más que una victoria futbolística, y mucho más que goles. Nos congratulamos de tener jugadores con actitudes enaltecedoras, que van más allá de sus destrezas y brillos con la pelota. Celebramos el reencuentro con un estilo de ser, que sentimos representa lo mejor de lo que fuimos y podemos volver a ser.


Esta selección uruguaya de fútbol ha estado bien lejos de los excesos de la soberbia, de la “hybris” griega, y por eso nos hemos sentido tan bien representados. En la cancha y fuera de ella. Y no hablo de lo deportivo, no hablo de fútbol estrictamente, aunque también allí dieron lecciones de austeridad. Me refiero a un tema actitudinal: en lo personal fue “su actitud” lo que a mí me representó como uruguaya, formada igual que todos, en una sociedad que ha tenido siempre en la igualdad, la austeridad y la seria sencillez sus valores de convivencia. Una actitud que hoy lidera su Director Técnico, el Maestro Oscar W. Tabárez, y que seguramente tiene mucho que ver con esto.


Claro que nos emocionamos con esos golazos de tiro libre, sin ninguna interferencia hasta llegar hasta el arco, con esa jabulani, que doblaba justo donde debía. Son los que más me gustan, porque no me hacen sufrir y los adivino antes de que sean. Goles que a las pocas horas, cuando los escuchaba en el comentario y el relato entusiasta de cualquier uruguayo en la calle, ya eran distintos a los que yo había visto. Pero también con los que salían producto del entrevero de brazos y piernas en el área rival, en donde ganan la fuerza, la astucia y la picardía, y por supuesto, los goles de penal que nos arrancaron alaridos comunitarios... “el brazo que nos abrazó” para evitar la derrota que después significó nuestra victoria, y las atajadas de hombre elástico de un golero que le declaraba su amor al arco con la privacidad que le daban todas las cámaras de televisión del mundo sobre él.


Está claro, esas victorias nos aseguraban un lugar de privilegio en el Mundial. Como el que tuvimos.

Pero yo debo decir que más me enorgulleció ver a un jugador compatriota,que aunque tenía la cara y la camiseta bañadas en sangre producto de un choque con un contrario, que nos pasó totalmente desapercibido, así son de discretos estos jugadores, no quería salir del campo de juego y pretendía disimular esa mancha roja en la camiseta ante un juez que no lo quería así en el campo de juego… y después entró ya no tan sangrante, con otra mancha celeste intenso: esta vez era el vendaje que le pusieron en torno a la cabeza… que por cierto, pude constatar que construyó un personaje gigante para la imaginación infantil...esas cosas nos gustan a los uruguayos. No la sangre, no. La valentía callada.


Y es en esa línea que también nos conmovió otro de los nuestros que siguió jugando un partido fracturado. Fractura que después lo dejó fuera de las canchas por un tiempo largo, y lo devolvió con muletas a nuestras tierras …


Tanto como un capitán que peleó furiosamente contra una lesión que lo hizo festejar los goles saltando en una pierna sola…. Por no hablar de la angustia que nos paralizó cuando otro jugador uruguayo en el partido ante Ghana cayó semi –desmayado en el pasto y en cuanto pudo sin ninguna teatralidad, se levantó y siguió dejando la vida en el partido. Yo pude constatar que al otro día de los partidos se hablaba más de esa gestualidad cuasi heroica, de esa entrega sin aspavientos, que de los goles.


Y esas fueron las cosas que nos fueron hermanando, entre nosotros y con esta selección, las que nos permitieron irnos encontrando y re-encontrándonos en la celebración de los mismos gestos. Nos descubrimos todos admirando las mismas actitudes, más que los goles, ya que de última éstos son inherentes al fútbol. Las actitudes que ellos detentaron en cambio, están en extinción. O estaban.


No son inherentes al fútbol exitoso y competitivo y aquí sin embargo las hubo: la sonrisa tímida de los goleadores frente al elogio, que parece que casi los incomoda. La mirada casi huidiza de quienes nos habían regalado tanta alegría, la energía incansable para firmar miles de autógrafos, aquí y allá, las palabras que le quitaban importancia al esfuerzo, el respeto siempre por el equipo contrincante, la dignidad para aceptar los resultados, todos: sobria alegría para la victoria, digna autocrítica para la derrota. Ellos, los integrantes de esta selección celeste de Sudáfrica, víctimas como tantos de arbitrajes con errores, se conformaban antes que sus hinchas, por las jugadas mal cobradas por los jueces y es más, terminaban conformando a quienes reclamaban por la injusticia de la situación, con argumentos tan sensatos como “estas son cosas del fútbol, hay que seguir adelante”. Y no aceptaban coartadas para explicar los resultados adversos y el primero en no hacerlo era el Director Técnico, cuya comparecencia después de cada partido frente a los medios de comunicación del mundo (medios que iban creciendo día a día en su descubrimiento del equipo y en su seguimiento al D. T.), solo podía darnos una inmensa tranquilidad. También ese flanco estaba impecablemente cuidado en la actitud sobria, firme y austera del Maestro Tabárez.


Sin entrar jamás, en ninguna polémica (nosotros, los reyes de la protesta!), sin abonar sentimientos reivindicativos de situaciones perdidas (nosotros, los reyes de la argumentación!), sin echarle la culpa a nadie!!!, (nosotros los reyes de la excusa!), sin responder ni una sola provocación, pero sobre todo sin incurrir en nada que los desviara de su objetivo: jugar al fútbol.


Siempre de buen talante, siempre como si lo que estuvieran haciendo fuera lo más sencillo del mundo. O sea jugar al fútbol, seguramente lo es para un jugador de fútbol, pero ocurre que hace décadas que no pasaba!

Permanentemente aludiendo a su compromiso con la ciudadanía, a su deseo de regalarnos la alegría de un Mundial decoroso y decente. Nos regalaron mucho más que eso. Nos regalaron ese cúmulo de actitudes que nos permitieron reencontrarnos con lo mejor de nosotros, con lo que nos gusta, con lo que queremos… Por eso ESTAMOS TODOS BIEN.


No importa de qué cuadro, de qué barrio, de qué partido, todos nos sentimos igualados en la jerarquización de esa nueva gestualidad reencontrada por estos uruguayos nómades, que son los jugadores de fútbol de esta selección. Todos nos mirábamos con alegría después de cada partido, y compartimos una mirada esperanzada vinculada a estos jugadores. Sí, estamos todos bien. Los que nos interesa el fútbol y los que no. Los que somos hinchas de algún cuadro y los que no.


Y esto va más allá del cuarto puesto en el Mundial, porque la valoración de la gestualidad no va atada a los triunfos logrados, y seguramente estaríamos diciendo esto mismo si se hubieran venido en octavos . Estamos bien más allá de los resultados, estamos felices de ganar un lugar que habíamos perdido en el contexto del fútbol mundial, claro que sí, pero yo estoy gratificada de que Uruguay sea, para quienes no nos conocen en el mundo, sinónimo de estos jugadores.


Pero volviendo al concepto del héroe clásico que debía estar bien lejos del pecado de “hybris”, digamos que esto tenía un fuerte sentido pedagógico, un héroe era necesariamente modélico, por ello debía cultivar las mejores virtudes de su época y su comunidad. Este concepto, es el que me despierta una mayor esperanza con vistas al futuro y motiva mi mayor agradecimiento hacia estos jugadores que fueron a Sudáfrica.

Dejo sus hazañas en la cancha para que se ocupen de ellas aedas y rapsodas, trovadores y juglares.

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